#ElPerúQueQueremos

Enmarcado

Publicado: 2015-07-28

Colocó la taza de té donde correspondía para disimuladamente rascarse la parte trasera del oído izquierdo. Acto seguido, reinició el diálogo.  

—Como te decía, es un ser bastante peculiar, cree mucho en el sistema, en lo que ve, creo que por eso trabaja todo el día sin quejarse, y lo bueno es que me sale barato.

— ¿Muy barato?—preguntó el hombre de corbata azul.

—Bueno, no tan barato, recuerda que acá se gana por horas, pero me sale por debajo del promedio y la ventaja es que no importa que sea legal o no. Además es callado, habla lo estrictamente necesario, eso ayuda mucho a la productividad.

Ante lo pronunciado, el receptor del mensaje volteó la vista hacia el sujeto descrito para poder apreciarlo mejor. Constató precipitadamente a un hombre tenso, impaciente, desmedidamente medroso, quien inexplicablemente intentaba mantener la mirada en un punto muerto; un hombre digno de ser socorrido pero también de ser llorado. Aun así, intentó ofrecer una opinión políticamente correcta.

—Pero no solo lo noto callado, sino que también tiene cara de asustado— dijo.

El dueño del local comercial, rio a carcajadas, las cuales atrajeron la atención de algunos de los presentes. De inmediato pronunció:

—Bueno, eso no es exclusivo de él, todos los migrantes tienen cara de asustados, pero los de su tipo son especialmente así, como tímidos, huidizos, todavía más cuando los miras a los ojos.

Lo proferido, causó tanta perplejidad en su contraparte que quiso comprobarlo. Por ello enunció:

— ¿En serio?, voy a hacer la prueba entonces, de paso que pido el postre.

—Pero espera, no se pone nervioso ante cualquier tipo de ojos, sino ante unos de un color diferente a los de él, tienen que ser verdes o azules; si lo miras tú no creo que causes impresión alguna, hasta te puede confundir con uno de sus paisanos— añadió el industrial premiado un año antes por sus “buenas prácticas empresariales”

—Entonces si es así me tratará mejor, infirió razonablemente el hombre de corbata azul.

—Todo lo contrario, mi amigo. Es raro, si cree que eres de su tierra no te atenderá de igual forma que a los demás, tampoco te maltratara pues ya se le ha llamado la atención varias veces; pero reitero es raro, es como si le tuviera cólera a sus semejantes, a los que se le parecen, como si se tuviera cólera a sí mismo. ¡Mira, justo ahí viene un ejemplo, míralo, míralo!

Pronto, hizo su aparición un hombre rubio de aproximadamente 50 años, vestía una chompa negra groseramente maltratada, quien con una sonrisa a flor de piel, pide una taza de café al empleado. Este le aparta la mirada y visiblemente perturbado se dirige a traer lo solicitado. Luego de servido, se aleja del comensal y desde una distancia que podríamos denominar prudencial, lo observa con un extraño semblante, una mezcla de temor, admiración y añoranza. Al dar media vuelta para retornar a la cocina dejo caer accidentalmente un recipiente de vidrio que contenía azúcar, el mismo que al hacer contacto con el suelo ocasionó un fuerte estruendo.

El próspero empresario estalló nuevamente en carcajadas

—No te digo Joaquín, parece un niño y si vieras como se pone cuando llega una mujer blanca, es increíble— decía intentando contener la risa.

El interlocutor fue invadido por una extraña sensación, por un momento le pareció estar estudiando a alguien que cada vez le parecía más lejano, más misterioso.

—Y cómo se llama— preguntó.

—No me acuerdo, yo le digo camarita.

El rostro de Joaquín se convirtió en la muestra exacta de la duda.

— ¿Camarita dices? ¿Por qué?—preguntó mientras se acomodaba la corbata azul.

—Porque cada vez que ve una cámara de televisión es como si viera oro, se vuelve loco, quiere que lo filmen a toda costa. Una vez, con esto de los problemas de los migrantes, lo entrevistó una de esas cadenas que han salido, no sólo a él sino a bastantes de su tipo, recuerdo que mandaban saludos hasta al perro, además que son bien histriónicos, lloran por todo, seguro extrañan sus países.

Moviendo la cabeza circularmente adicionó:

—Pero, bueno, es como te digo, acá en el restaurante me rinde mucho, sin embargo, cuando termina su horario de trabajo y sale a la calle, es como si se transformara, de lo que es dinámico, se vuelve una tortuga. Al cruzar la puerta, se va caminado lentísimo, como triste, siempre mirando al piso.

— ¡Vaya Camarita! ¿y de dónde es?

—No recuerdo, creo que es de ese país de donde era ese negro que hizo varios goles en México 70, donde había guerra civil, de donde es Vargas Llosa.

— ¡Ah de Perú, es peruano!, sería interesante conocer su nombre.

El cuestionado, acomodándose el enorme saco, ensayo una sonrisa para responder:

—Bah, eso que importa, es Perú. Así lo llaman todos acá, así, simple y llanamente: Perú.


Escrito por


Publicado en

Pavel Munoz Ayona

Tan pretencioso como tú.